Aproximaciones a “Condensación” de Leonardo Vercelli. * (Romina Tovar)

“El hombre de ayer ha muerto en el de hoy, el de hoy muere en el de mañana”
E apud Delphos
. Plutarco.

Sin lugar a dudas, una de las problemáticas mejor expuestas en el cuento del escritor argentino Leonardo Vercelli, es la de la construcción de la obra en términos de espacio y tiempo.
Condensación”, ya desde su título, delimita la brevedad del relato y la intencionalidad del autor, de plasmar en un cúmulo de palabras, un conjunto infinito de ideas. No escapa a la puntualidad de su significado, por lo que “Condensación” es pues, eso, una condensación: un resumen de hechos enumerados y continuos, hechos considerados trágicos y/o fundamentales para la humanidad y el devenir histórico, que ambiguamente se construye frente a la mirada del lector, como un todo atemporal en términos de recepción, y quieto, en términos de lectura.
A la vista, el cuento no posee espacios, sino una cadena de oraciones de pocas palabras, casi interruptas. No hay necesidad de decir a pedazos, ni fragmentos, ni silencios, ni blancos. Todo el texto se dibuja en una única continuidad comprendida desde el principio al fin.
Acaso no haya espacios en la oralidad de un narrador que articula sucesivas frases breves y apretadas, dejando la sensación de estar frente a un discurso desmedido y voraz, lleno de titulares y estadísticas, la acumulación de todos los saberes de un sujeto que acelera su voz ante la imposibilidad del tiempo.
¿Cómo contar toda la historia dentro de un margen textual, todo un acontecer lineal y ordenado, sin traicionar a la memoria y a la insuficiencia del lenguaje, sin dejar de decir la imposibilidad de, sin relativizar aquellos hechos que dan origen al decir mismo?
Vercelli parece resolverlo delimitando el texto no sólo a su brevedad espacial, sino también enmarcándolo dentro del tiempo mismo. Opta por la figura del reloj, casi en un gesto heideggereano, dándole al relato un comienzo y un final onomatopéyico: todo ese transcurso histórico que articula, frustra y dialoga con la voz del narrador, se encuentra comprendido en un espacio-tiempo de la mano de las agujas de un reloj. “Condensación” es un conjunto de hechos primordiales que la voz del narrador dice encerrado entre dos sonidos: tic, tac.
Dentro entonces de ese pequeño momento, de ese intervalo, otras cuestiones se desencadenan en el relato.
La sucesión de muertes como tópico que origina y le da cierta continuidad a la voz del narrador, es una de las más visibles realidades del texto. En este sentido, el texto, forma un ciclo propio, que comienza con un nacimiento, el del Salvador, y dispara todos los crímenes sucesivos a este hecho.
Ya sea que esté hablando de Herodes y la matanza de los inocentes, la muerte de Dios ante la ciencia, las torturas, las crisis políticas devenidas en guerras, la muerte del arte y la filosofía, la reescritura y corrección de los grandes pensadores y artistas, la muerte de la muerte misma plasmada en la figura de un “respirador artificial”, o bien, la culpabilidad del hombre indiferente a la matanza de la naturaleza y al auto-suicidio frente al avance de la tecnología; Vercelli delimita la historia como un nacer, un morir y un nacer de un otro: la voz de un narrador que refuta, que se debate entre un contar (lo que hicieron tantos) y un participar (del espanto en la misma criminalidad).
De los delitos que el narrador elige para su enunciación, se eleva el de la escritura, casi velado ante otro tesoro que ha sido causal de numerosos crímenes históricos. Por qué no pensar entonces, que cuando inquiere sobre la posesión y el deseo del petróleo como un flagelo del siglo XX, deviene en un justificar casi maquiavélico, en un pacto de fidelidad y ambición de un narrador que asume la primera persona, recordando que no hay literatura sin un crimen: “¡Oh viscoso y precioso líquido negro! ¿Qué no habré hecho por ti?”. La tinta, la escritura, como el motor que posibilita la voz, el crear, el poseer.
Después, todo es un avance devastador de descubrimientos e inventos, y la desaparición del hombre ante el hombre mismo y su creación: “¿Qué nos queda? Un montón de aparatitos que sacan. Ponen. Clavan. Lustran. Muelen. Retuercen. Copian. Entretienen. Excitan. Rellenan. Licúan.” La tecnología y la máquina materializan todas las imposibilidades del hombre, y el sujeto queda desplazado a la no producción, al no hacer, al no sentir, y en definitiva, a la muerte.
Nacimiento, muerte y vuelta a nacer, en una idea cíclica, de triunfos y apogeos, de fracasos y caídas. Y frente a eso, una voz que oscila entre la tercera y la primera persona, encerrada en un espacio pequeño de tiempo.
Pero dejar a esa voz sometida a la brevedad de un resumen en la inmediatez de un segundo, es pasar por alto, que esa voz tiene un yo que necesita ser construido ante tanta enumeración de situaciones y aconteceres. Un yo, que sólo se dice a sí mismo después de la historia de todas las traiciones y necedades, de todas las muertes.
Un yo que se construye condensado en todos los sentidos de la palabra: en el mismísimo ´punto de rocío´, donde el adentro y el afuera difieren en términos de sentir, y se produce la alteración, y el enojo frente a la realidad histórica, puesto en preguntas retóricas, en exclamaciones, en encomillados sarcásticos, en gestos de repudio, en cuestionamientos.
Un yo construido en la elección contradictoria e inevitable de la entropía (tendencia natural de la pérdida del orden) para hablar de la historia mediada por la memoria y el espanto, en el lugar opuesto a toda esa realidad histórica y anacrónica.
Un yo que se alza en comparación, en semejanza, en casi inexistencia, que va del decir al callar, y elige el último lugar en la fila, detrás de todos los empujes y avances, frente a todas las negaciones del ser, que sólo es ser-así-como:
“Un hombre como yo protesta. Declara el fin de la postmodernidad. Se llama a si mismo Retaguardista. Y calla para siempre.”
Sería suficiente dejar a ese yo en la no vanguardia, en el silencio casi imperceptible de la protesta. Pero ese yo, no acumula crímenes en su decir sólo para entretener a un lector que adivina a Túpac Amaru, a Evita o a Newton, mal escondidos entre esa escritura acelerada y puntual. Es un yo que parece necesitar de todos esos crímenes y muertes para decir la suya, ante unos ojos verdes innominados, ante el fin de un sentir. Un yo que elige callar un nombre, un tú, para no ser tildado de subversivo y anticuado. Un recontar como excusa la muerte de otros, los crímenes otros, para no necesitar decir la muerte propia, y poder callar.
Condensación” es en fin, un universo esencial y único, un pedazo de voz hecho texto, que “contiene todo el espacio y el tiempo” y que “Explota debido a la energía acumulada”.
Finalmente, ante el aire saturado y espeso, cae la gota de lluvia en la frente de una dama, y la voz que nace del sonido de la ruptura, duplicado en el inicio del relato, se condensa, cambia de estado, se transforma para mutar en un yo mudo, que se rompe.
Tac.

Romina Tovar.
• “Condensación”, en: Lo que recordamos de la nube. Leonardo Vercelli. Colisión Libros, Bs As, 2005.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Eclissi...

abiana